Texto ganador 2015 Valentín Sánchez: "Es bonito ser un árbol"

Es bonito ser un árbol

Soy una nuez. Un mulo viejo me lleva a mí y a otras de mis compañeras y todas estamos muy juntas. Vamos por un camino con muchos baches, y en uno de ellos, el mulo tropieza y yo caigo al suelo. Nadie se da cuenta de mi ausencia, así que me quedo aquí bastante tiempo.

Una buena tormenta, me entierra en el suelo. No veo nada, pero noto como brota de mí la vida. Llueve mucho, porque es invierno, pero yo no tengo frío bajo tierra. Empiezan a brotar raíces. Voy creciendo y cada día que pasa tengo más ganas de ver la superficie. Empiezo a empujar la tierra, para conseguir salir al exterior.

Al fin, un día de primavera consigo salir a la superficie, lo veo todo fantástico, el sol me da calor y luz, el viento me roza las hojas, pero sólo puedo ver el suelo; quiero crecer algo más para poder ver lo que hay más allá de la tierra.

Cuando sólo llevo unos días en la superficie, un niño pasa corriendo muy cerca de mí y al darse cuenta de que estoy en el suelo, se para y me observa detenidamente. Se ríe al principio y dice en voz alta que mis hojas y mi tallo son muy bonitos, se va corriendo, pero vuelve y me riega. Ese ha sido el acto más bonito que he visto nunca. Es mi nuevo amigo, me ha puesto un nombre: Enzo, así que ya me han bautizado, literalmente.

Los días, los meses y los años pasan, y yo soy cada vez más alto, mi sueño es que mis ramas toquen el cielo, aunque para eso todavía me queda bastante.

Los animales pasan a mi alrededor, curioseando y olisqueando en mi fino tronco, algunas ardillas suben por él y cogen nueces. Es muy divertido verlas subir y bajar. Los pájaros se paran en mis ramas y me alegran el día con sus cantos; uno de ellos ha comenzado a hacer un nido. Por la noche me hace compañía un viejo búho, que cada vez que ve a un ratoncillo corretear por el suelo, se tira en picado a por él.

Ya consigo ver mi alrededor. Estoy en las afueras de un pequeño pueblo. Todas las mañanas veo a los hombres dirigirse a sus cultivos, que no están muy lejos de mí. Los más jóvenes tienen cara de sueño, y yo me río de ellos, aunque claro, ellos no pueden escucharme. Más de uno vuelve cansado del trabajo y se para bajo mi tronco, a la sombra, para beber un trago de agua antes de volver a casa.

El colegio del pueblo también está cerca de mí y muchos chicos se baten a pulsos y ponen una caja debajo de mí. Dos chicos se juegan su honor bajo mi sombra. Todos los demás presentes animan a sus amigos, hasta que uno pierde y los chicos que han perdido la apuesta les entregan sus caramelos a los que hayan apostado por el ganador. Y cuando hay algún chico muy mal hablado, yo dejo caer una nuez para que le dé en la cabeza. Me lo paso muy bien con estos chicos.

Han pasado veinte años. Soy mucho más alto y mi tronco mucho más ancho. Este día lo recordaré siempre. Por la mañana un gato se ha subido a una de mis ramas. Su pequeña dueña ha intentado convencerlo para que baje, pero su mascota no le ha hecho el más mínimo caso. La chica se ha quedado todo el día a mi lado, esperando a que “Bella” bajase. Yo dejaba caer algunas de mis nueces para que la niña comiera algo. Al final del día, cuando el gato se ha despertado de una buena siesta, ha decidido bajar y se ha reunido finalmente con su dueña. Hoy he estado bastante acompañado.

A veces veo pasar mulos de carga, como del que yo caí y es bonito recordar mis primeros momentos. Me alegro mucho de haber caído en esta zona. También viene a visitarme el cabrero, porque a sus cabras les gustan mucho mis hojas. Me río mucho cuando el cabrero se pone a correr detrás de alguna que trata de escaparse de sus compañeras. Mientras sus cabras comen tranquilamente, él recoge unas pocas nueces del suelo.

Es bonito ser un árbol.

Han pasado diez años más, la gente del pueblo va cambiando, cada persona nueva hace cosas diferentes bajo mi sombra. Una pareja de enamorados se ha dado su primer beso bajo mi copa. Era de noche y ellos querían verse a escondidas, así que me eligieron a mí como lugar de su cita. Es bonito ver cuánto se quieren. Planean su vida juntos y es divertido escucharlos discutir sobre cómo se llamarán sus hijos. La gente de este pueblo es única.

Ahora los niños y las niñas se hacen espadas de madera y juegan a hacer batallas entre ellos. Las espadas se rompen antes de la segunda ronda, así que algunos me arrancan ramas, que debo decir que me duele muchísimo, pero ellos lo compensan haciéndome reír con sus caídas. Otros se ponen por las tardes a hacer pulseras a mí lado. Un día me hicieron una y la colgaron en una ramita baja, la única a la que llegaban, fue un gran honor para mí recibir ese regalo.

Pero no todo son alegrías bajo mi fresca sombra. Una familia entera vino a mí una noche de verano para enterrar a su perro que había fallecido. La niña menor lloraba y se acurrucaba con su madre. El padre cavaba una pequeña fosa y cuando estuvo acabada, la niña se acercó al agujero y puso a su perro en el hueco. Su padre volvió a echar la tierra encima y cuando acabó, colocaron un ramito de flores sobre el montón, más oscuro que el resto de la superficie.

Han pasado veinticinco años más. Ahora tengo un nuevo amigo que me visita todos los días. Es un joven que se pone a leer apoyado en mi tronco. Siempre lee en voz alta, así que eso es mucho mejor, porque así escucho ensimismado esas fabulosas lecturas. Ahora ha empezado a escribir una novela y también me la va leyendo en voz alta cada vez que termina un capítulo. La novela es muy bonita, se llama “El chico y el árbol”, y lo mejor de todo es... ¡Qué aparezco yo! Él cuenta todo lo que pasa cuando lee y escribe, es un compañero para pasar los días, aunque cuando sea invierno supongo que no vendrá tanto porque hará muchísimo frío.

Llega el otoño y empiezo a tener cada vez más sueño, cuando pasen varios días dormiré, será invierno. Los meses pasan rápido y al fin empiezo a notar que quiero seguir creciendo. ¡Es primavera! Mi amigo ha venido a visitarme hoy después de no aparecer durante todo el invierno, roza mi tronco y me saluda mientras saca su libro y su libreta donde escribe “El chico y el árbol”. Empieza a leerlo desde el principio, veo que ha aprovechado el frío para escribir, pues ya lo ha terminado. Me encanta saber que en la historia envejezco junto al protagonista y que, aunque al principio ninguno de los dos lo sabía, acabaríamos siendo buenos amigos.                                                                      

Ahora las niñas vienen a verme y a bailar a mi alrededor saltando las hojas y los charcos. Cogen hojas secas del otoño y las lanzan al cielo, yo me siento feliz, cubriéndolas con mis nuevas hojas verdecitas a estrenar.

Las buenas noticias acaban pronto, han ordenado cortarme para construir una gran mansión. Me lo ha contado mi gran amigo, pero dice que él me va a proteger hasta el final, lo harán mañana al atardecer.

No sé qué tiene pensado el escritor, pero no creo que logre nada, al menos he tenido una buena vida y él estará aquí hasta el final, acompañándome. Deberá cambiar el final de su libro porque ya no envejeceremos juntos, pero sé que mi amigo superará mi pérdida. He pasado buenos momentos con él y en “El niño y el árbol” están muy bien contados. La memoria puede que no perdure para toda la vida, pero las letras son las únicas que me salvan del olvido, ellas me harán inmortal.

El día pasa rápido y el escritor sigue pensando cómo defenderme. Todo es en vano. Se marcha y me da las buenas noches. A los cinco minutos de quedarme sólo, vuelve el viejo búho, su compañía es mejor que nada. Será que mi muerte se aproxima y mis hojas lo han notado. Todavía no se ven muy verdes, más bien tristes. Acaban de salir y van a tener que morir muy jóvenes. Lo siento mucho por ellas, aunque yo no puedo hacer nada.

Amanece rápido y los pajarillos empiezan a cantarme sus tan alegres cantos. Parece que hoy soy el árbol con más suerte del mundo, pues todos los pájaros se posan en mí. Las ardillas también corretean alrededor de mi tronco.

Mi gran amigo llega pronto y se apoya en mí como todos los días. Me dice que tiene una idea, pero no me la explica, tampoco quiero saberla. Necesito que mi amigo me sorprenda, se pasa el día leyendo su tan querido libro.  

Ya es la hora, un par de leñadores llegan al lugar y le indican al chico que se quite porque me van a quitar de en medio, pero entonces él, en lugar de apartarse, empieza a leer en voz alta “El árbol y el niño”, como cuando me lo leía a mí.

Al principio los leñadores le dicen al chico que quieren acabar pronto para ir a cenar, pero él sigue leyendo apoyado en mi tronco. Los leñadores sueltan sus hachas y cogen al muchacho para apartarlo. Este sigue leyendo cada vez más fuerte, temo incluso que pierda la voz. Entonces, el chico suelta el libro en el suelo y me abraza, sigue recitando el libro en voz alta, se lo ha aprendido de memoria, y cuando llega a la última frase, en la que habla el árbol: Los únicos seres que pueden matarme son los humanos y sólo ellos pueden salvarme”, uno de los leñadores suelta el hacha y le dice a su compañero que, si el chico no quería que cortasen  el árbol, podrían dejarlo en su lugar y que formase parte del jardín de la mansión. El otro leñador acaba aceptando. Al día siguiente, tanto los leñadores como mi amigo fueron a preguntarle al jefe si le parecía buena idea y este no se opuso.

Y así es como mi amigo el escritor me salvó la vida. Ahora su libro se ha hecho realidad. Él es ya anciano, pero sigue viniendo a visitarme y a leerme sus libros y cuentos. Mi preferido, como es de suponer, es “El niño y el árbol”. Ese libro me salvó la vida, pero quien de verdad me la salvó fue mi gran amigo. Y como cuenta esa historia...

“LOS ÚNICOS SERES QUE PUEDEN MATARME SON LOS HUMANOS

Y SÓLO ELLOS PUEDEN SALVARME”.


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