Texto Ganador Valentín Sánchez 2025 - EL MURO
EL MURO
Al
principio, Samir temía acercarse al muro. Tan esbelto y gris que asustaría a
cualquiera. Mucho más a un niño de 11 años. O eso se decía Samir cada día que
pasaba. Pero, finalmente, una noche estrellada, se había atrevido a acercarse,
cobijado por la oscuridad.
Con
una mano temblorosa, el niño había cogido una piedra del suelo y luego había
tardado un momento en decidir qué nombre debería escribir primero. El de su
madre. Una lágrima recorrió la cara de Samir, afilada por la hambruna y la
enfermedad. Después de ese nombre, habían surgido una veintena más. El niño
apenas conseguía ver, entre las lágrimas y la oscuridad, pero estaba seguro de
que esos nombres estaban quedando marcados sobre la roca.
Un
ruido lo sobresaltó. Se pegó al muro, intentando integrarse con la piedra de
este, tratando de hacerse invisible. Porque, ¿no era eso lo que mejor se le
daba? Un segundo después, le pareció escuchar una voz. El corazón disparado del
chiquillo casi lo mata en ese instante pero, entonces, la primera imagen se
había mostrado ante él, como si de un recuerdo propio se tratase.
Un
niño, de aproximadamente seis años, camina junto a su madre, dentro de un gueto
abarrotado. El pequeño tiene una estrella amarilla cosida al abrigo. Samir se
percata de que todos allí la llevan y se pregunta qué será.
De
pronto, esa imagen se desvanece, y aparece otra en su lugar. Es el mismo niño,
esta vez colocado en una fila. Está en un lugar rodeado de alambradas. El lugar
le recuerda un poco a dónde se encuentra Samir ahora mismo. El infierno. Un
soldado con una esvástica en el brazo le grita algo al pequeño y este se encoje
de terror. Samir reconoce ese pavor, ese miedo. Muchas veces también él lo ha
sentido.
La
siguiente imagen, muestra a un niño escuálido, casi tan delgado como Samir. En
su rostro se ve la tristeza infinita que albergan sus ojos. Mira a la
distancia, viendo como un par de soldados, se llevan a su madre, inerte, a
rastras.
Samir
no quiere seguir viendo imágenes de ese terror, le recuerdan demasiado a su
familia, a lo que él ya ha pasado. Intenta separarse del muro, pero este parece
tenerlo cautivo. Una última escena se muestra ante él.
Soldados
soviéticos, a decir por la estrella roja y el abrigo largo, entran en el campo.
Nadie a su alrededor parece creer lo que está ocurriendo, pero las puertas,
siempre cerradas, ahora están abiertas. Y los soldados invitan a todos las
personas del interior a salir de allí.
Por
fin, el muro suelta a Samir. Este, despavorido, sale corriendo, en busca de un
lugar seguro lejos de esas piedras. Su respiración es agitada y el corazón le
golpea el pecho con tanta intensidad que, por un momento, teme que se le vaya a
salir. Pero los minutos pasan y el silencio de la noche hace que Samir, pueda
si no descansar, cerrar los ojos.
La
mañana viene acompañada de gritos, de explosiones lejanas y de hambre. Mucha
hambre. A veces, a Samir le duele tanto la barriga que le cuesta incluso
levantarse a buscar algo de comida. Hoy es uno de esos días. Está solo y eso lo
hace menos fuerte. Sus padres siempre lo animaban a seguir. Y lo mismo hacía él
con sus hermanos pequeños. Pero ahora, ellos sólo están en el muro. El maldito
muro.
Samir
se pasa el día deambulando, en busca de agua, de comida, sin encontrar nada.
Después, vuelve a su escondite de siempre, justo antes del anochecer. El muro
le devuelve la mirada, incitándolo a que vuelva a acercarse. Samir tiene miedo,
pero, sobre todo, curiosidad. ¿Quién era ese niño? En cierto modo, le recuerda
a él. Por triste que parezca, comparten sufrimiento.
¿Será
otro niño, como él, al otro lado del muro? No tiene ni idea, pero es esa
curiosidad, más fuerte que su hambre, la que lo lleva a levantarse con cautela
y cruzar los escasos cien metros que hay desde su escondrijo hasta el muro.
Samir
se apoya sobre él, esperando a que este le devuelva imágenes, como hizo ayer,
pero no ocurre nada. Niega con la cabeza, recordando. Anoche las imágenes
aparecieron cuando él escribió los nombres de sus familiares sobre la pared. Se
agacha para recoger una afilada piedra y comienza a escribir. Los nombres de
sus amigos del colegio. Cuando termina, una sensación extraña lo envuelve.
De
nuevo, el niño de ayer aparece ante sus ojos. Ahora tiene aproximadamente la
misma edad que Samir. Está montado en un barco, lleno de gente con la misma
cara que él no ha dejado de ver en los últimos años. La del horror. Algunos
llevan maletas; el niño, en este caso, tiene las manos vacías. Cuando levanta
la vista, Samir logra ver tierra firme, a lo lejos le parece ver una bandera.
Samir
no la reconoce, pero se trata de la bandera del mandato británico de Palestina.
La imagen se vuelve negra y después, el niño aparece de nuevo, en un campo de
refugiados. Samir sí reconoce eso. Ha estado en varios en el último año. Le
ofrecen comida y una manta. A Samir se le hace la boca agua.
El
muro, como hizo anoche, vuelve a expulsarlo de sus visiones. Pero ahora Samir
no le tiene miedo. Es consciente del poder que albergan sus piedras y de que,
sea como sea, lo han elegido a él para mostrarle esas imágenes. Sabe que no
pueden tratarse de ahora. El niño parece haber crecido bastante de una noche a
otra. ¿Se tratará de otra época?
A la
noche siguiente, Samir consigue algo de agua durante el día, que le da la
fuerza suficiente para enfrentarse de nuevo al muro. Pero esta vez, no consigue
acercarse. Hay fuego enemigo cerca. Se escuchan los bombardeos y la ceniza cae
desde el cielo como copos de nieve. Samir ya no tiembla. Al menos, no como al
principio. Ahora está acostumbrado a estos olores. A estos sonidos. A este
infierno.
Pero
no se atreve a salir hoy. No con la muerte tan cerca. No, aún tiene que
escribir muchos más nombres en el muro. Ha estado dándole vueltas durante todo
el día y, cada vez, la lista se hace más grande. Pero no quiere dejarse
ninguno. No quiere que caigan en el olvido.
Samir
sí que consigue cruzar hasta el muro la noche siguiente. Y no pierde ni un
segundo, se pone a escribir nombres como si la vida le fuera en ello. En cierto
modo, así lo cree. Antes de que pueda terminar, el muro lo vuelve a abrazar en
su inmensa oscuridad. El mismo niño, ahora es un joven, poniéndose un uniforme
con una insignia que conoce bien. La israelí. Un escalofrío le recorre el
cuerpo y quiere separarse del muro, pero este, como siempre, se lo impide. Las
próximas imágenes muestran al joven recibiendo entrenamiento militar, cavando
trincheras y patrullando zonas desérticas. Justo después, esas imágenes
pacíficas, se tornan violentas. Se escuchan disparos y Samir, a pesar de estar
más que acostumbrado a ese sonido, no puede evitar encogerse. El joven dispara
varias veces contra el enemigo. La imagen se emborrona para dar paso a otra,
donde el hombre, ya entrando en la treintena, recibe una medalla. Su mirada
sigue siendo la que tenía de niño. Seria. Triste.
Samir
sale del trance y mira al muro con cuidado. Nunca antes se había parado a
pensar de qué se trata todo esto. ¿Por qué le está mostrando estas imágenes tan
horribles? ¿Qué pretende decirle? Por un segundo, duda sobre si realmente esto
es real. Tal vez no. Tal vez solo sean sueños febriles. Tal vez se está muriendo.
Pero no se queda ahí para averiguarlo, sale dando traspiés, lo más rápido que
puede, de vuelta a su cobijo.
La
noche no pasa en vano y, a la mañana siguiente, Samir apenas es capaz de
levantarse. Le cuesta respirar, pero trata de evitar pensar en ello. Está solo
y muerto de miedo. No sabe a quién acudir, a fin de cuentas, tan solo tiene
once años. ¿O ya ha cumplido los doce? No está seguro. Todos los días son
iguales aquí.
Una
punzada de terror le atraviesa el pecho. Levanta la vista y mira de nuevo al muro,
ese que esconde tantos secretos. Este le devuelve la mirada, incitándolo a que
se acerque. A que haga lo que ambos saben que Samir lleva pensando durante varios
días. No, aún no. Quiere resistir.
Pero,
¿y si no lo consigue? Un arrebato de valentía le permite a Samir acercarse poco
a poco al muro, casi arrastrado por el suelo, sin apenas fuerza en las
extremidades. Hoy está corriendo doble peligro. Se está acercando a plena luz
del día. Cualquiera de sus exterminadores, postrado sobre la muralla, podría
verlo y dispararle sin ningún tipo de reparo. Pero eso no lo frena.
Cuando
Samir llega hasta el muro, posa ambas manos sobre él, para descansar. Esta vez,
las rocas lo envuelven sin esperar a que escriba ningún nombre. La primera
imagen que el muro le muestra a Samir es la de un hombre canoso, con uniforme
de rango, de pie frente a lo que parece un plano arquitectónico. Un bosquejo
que no llega a vislumbrar.
La
imagen cambia a una velocidad vertiginosa, mostrando ahora una reunión. Todos
los hombre presentes parecen importantes, o eso le parece a Samir. Tal vez solo
llevan trajes y eso los hace parecerlo. Señalan un mapa de su tierra, de su
hogar. De Gaza.
Un
segundo después, se ven un montón de máquinas, levantando este mismo muro. Él
hombre observa, firme. Ha envejecido bastante, diría Samir. Ya casi es un
anciano. Entonces, como si pudiera ver a través del muro, Samir se da cuenta de
que el hombre lo está mirando directamente a él. Sin reaccionar. Sin hacer
nada.
El
muro lo expulsa, con más levedad que cualquiera de las otras veces. Tal vez las
piedras también saben que Samir no aguantaría una embestida brusca. El niño
permanece apoyado contra el muro más tiempo del que nadie creería necesario.
Cada segundo que pasa ahí, su vida corre mucho peligro. Pero tiene que hacerlo.
Antes de irse, debe escribir su nombre.
Con
dificultad, alarga la mano hasta una piedra cercana. Con parsimonia, pero
decisión, comienza a trazar letra tras letra. Samir deja caer el brazo, con una
exhalación.
Observa
su nombre, escrito junto al de sus hermanos. Su familia. A pesar de tener solo
once o doce años, Samir sabe demasiado sobre este lugar. Lo ha escrito porque
entiende una verdad terrible: el mundo solo recuerda a los muertos cuando ya es
demasiado tarde para salvar a los vivos.
FIN
Hermoso y terriblemente real
ResponderEliminarLidia, enhorabuena!!
ResponderEliminarPrecioso,y conmovedor!!!