CLAUDIA -- Relato corto
CLAUDIA
El violín sigue sonando a lo
lejos. No se ha parado en ningún momento. Ni incluso cuando Claudia ha dejado
de respirar.
El corazón me late
fuertemente, me golpea el pecho y apenas me deja pensar. ¡Claudia ha muerto!
¿Cómo es posible? La agarro del brazo y lo zarandeo, intentando que abra los
ojos y que me mire y sonría, como siempre hacía, pero esta vez, la extremidad
inerte carece de movimiento propio.
No puede estar muerta. No
puede. No… Comienzo a tirarme del pelo y me muerdo la lengua para ahogar mi
grito de agonía. La música de Chaikovski sigue sonando sin descanso y yo
empiezo a escuchar la melodía, ahora más triste que nunca, dentro de mi cabeza.
Fue mientras sonaba esta
canción cuando la vi por primera vez. Fue amor a primera vista. Ella estaba
encima del escenario, bailando como si nadie la estuviese mirando, moviéndose
con una agilidad espectacular. Hermosa.
Ella bailaba para una compañía
de ballet de la ciudad, yo era el encargado del mantenimiento de la limpieza
del Gran Teatro. Estaba limpiando la basura que había entre las butacas cuando
la compañía llegó para ensayar su función. Intenté no mirar, de verdad que lo
intenté con todas mis fuerzas, pero no pude contenerme cuando la canción empezó
a sonar. Ese día me fui a casa a las dos de la mañana, porque me pasé todo el
ensayo escondido al final de las butacas, admirando la belleza de ese baile,
ese cuerpo, esa cara. Después tuve que quedarme hasta que todo quedó limpio.
Ahora más que nunca debía conservar mi trabajo.
Nunca en mi vida había visto a
alguien tan perfecto, tan hipnótico como ella. Al principio no sabía su nombre
y, acercarme a ella y preguntarle lo veía una idea horrible. Toda mi vida he
sido muy tímido. Así que decidí tomarme mi tiempo. Me aprendí el horario y
siempre me tomaba el descanso cuando ella estaba en el escenario. Nunca nadie
me vio y era una especie de secreto que había querido mantener.
La primera vez que hablé con
ella fue mágico. Yo estaba como cada día, en mi descanso, viendo el ensayo,
cuando Claudia se lesionó. La entrenadora le pidió que fuera a los vestuarios
con la ayuda de otra compañera. Yo estaba extremadamente preocupado. No pude
contenerme y me levanté de la butaca en su busca. Unos cinco minutos después,
la encontré. Ella estaba sentada en una silla, con lágrimas en los ojos
mientras se sostenía una bolsa de hielo sobre el tobillo lastimado. Yo entré en
la habitación y ella se sorbió los mocos y me miró con curiosidad.
<<¿Quién eres?>>,
me preguntó, aún con la cara llena de lágrimas. Yo me acerqué a ella y me
arrodillé junto a la silla.
<<Mi nombre es Fermín,
encantado de conocerte. Y tú, ¿cómo te llamas?>>, le pregunté, intentando
ocultar mi nerviosismo.
<<Me llamo
Claudia>>, dijo y sonrió. Fue la sonrisa más bonita y genuina que había
visto en la vida.
Me saqué un pañuelo del
bolsillo y se lo tendí para que se limpiase las lágrimas. Ella volvió a sonreír
y yo me derretí ante aquella imagen. Me quedé unos minutos más, cuando me
aseguré de que estaba bien y luego me despedí. Debía marcharme y continuar con
mi trabajo.
Aquella sonrisa me dio años de
vida, me hacía levantarme contento cada día y repetía su nombre solamente para
escucharlo. Definitivamente estaba loco. Loco de amor.
Pero nunca me atrevería a nada
más con ella. Era consciente de nuestra diferencia de edad, pero, ¿qué es la
edad sino más que un número? Además, yo la quería. Y el amor nunca entiende de
edad.
Estuve sin ver a Claudia
durante un tiempo, debido a la lesión. Pensé que nunca más la volvería a ver en
mi vida y mi corazón se encogió ante la idea, pero un día vi aparecer su melena
rubia en el escenario, sonriendo más que nunca. Y fui muy feliz.
Nuestro segundo encuentro fue
un día de lluvia. Acababa de salir del trabajo y me monté corriendo en el
coche. Estaba saliendo del estacionamiento cuando vi la inigualable belleza de
Claudia, que estaba esperando sentada en la parada de bus. Hacía más de media
hora que el ensayo había terminado, pero ella seguía allí, sola. Me acerqué con
el coche y bajé la ventanilla. Ella pareció asustada al principio, pero después
de reconocerme, la expresión de terror pasó a una más relajada.
<< ¿Qué haces aquí
Claudia? ¿Necesitas que te lleve a casa?>>, me sentí muy descarado por
atreverme a preguntarle, pero yo estaba deseando que me dijera que sí con todas
mis fuerzas. Quería olerle el pelo, en mi imaginación olía a rosas frescas.
Quería admirar esa belleza. Pero sobre todo quería gustarle.
Justo cuando ella me iba a
contestar, un coche pitó y ella miró hacia esa dirección.
<<Gracias, pero ya han
venido a recogerme. Adiós>>, dijo mientras corría a través de la lluvia a
refugiarse en el calor del coche. Ese adiós me dolió, pero no pude evitar
saborear esas pocas palabras que habíamos intercambiado durante días. Además,
el corto vestido que llevaba se le había levantado un poco mientras corría y no
podía quitar de mi mente la imagen de sus largas y bonitas piernas.
A veces incluso soñaba con
ella. Soñaba como sería mi vida junto a ella. Como sería besarla, tocarla.
Poder tenerla cerca siempre que quisiera. Y se sentía demasiado bien, demasiado
bueno, para que eso pudiera llegar nunca a suceder. Aún no sabía si ella me
quería devuelta, pero por la manera en que me había mirado las veces que nos
habíamos visto, estaba más que seguro de que, si aún no me quería, pronto
podría conseguir que ella lo hiciera.
Unos meses después, cuando el
sol calentaba tanto que sentías como la suela de los zapatos se comenzaba a
derretir en el asfalto, salí unos minutos antes del ensayo y me dirigí a una
pequeña heladería ambulante. Compre dos helados. Uno para mí y otro para
Claudia. Estaba seguro de que se quedaría esperando por al menos quince
minutos, como todos los días, bajo la sombra de un árbol. No tenía ni idea de
qué sabor podría gustarle, así que compré uno de chocolate y otro de fresa y
crucé los dedos para que uno de esos dos fuese su favorito.
La vi salir y se despidió de
sus compañeras, ella se dirigió al mismo árbol de siempre y yo me la quedé
mirando por varios minutos, hasta que cogí la valentía necesaria para acercarme
a ella. La saludé y le pregunté por cómo estaba. Ella me respondía, sin poder
parar de mirar los helados.
<< ¿Quieres uno? Te dejo
elegir el que más te guste>>. Ella dudó un segundo, pero luego señalo el
de fresa y yo se lo tendí. Me dio las gracias y una enorme sonrisa invadió su
rostro. Me quede observando como lamía el helado, mientras el mío se derretía
en mi mano, dejándola pegajosa. Ella me miraba extrañada pero sonriente.
Parecía hacerle gracia la situación. Me marché antes de que el coche que
siempre venía a recogerla apareciese.
Después de eso vinieron
muchísimos ensayos, ya que la obra se estrenaría en menos de un mes y ensayaban
todos los días.
Incluso me permití comprarme
un boleto para el día de la actuación. Quería ver a Claudia interpretando aquel
maravilloso ballet. Probablemente todo el mundo quedaría hipnotizado, pero era
algo que se cabía esperar.
El día de la actuación estaba
realmente nervioso. Mi jefe me dijo expresamente que tenía prohibido acudir a
la actuación, ya que debía llegar allí dos horas antes para limpiar los
camerinos y luego quedarme después de la actuación para limpiar la zona de butacas.
Yo estaba realmente decepcionado, pero esperaba que al menos me dejaran ver la
actuación detrás de los telones.
La compañía llegó unas cinco
horas antes del estreno. Todo era un revuelto de horquillas, laca, maquillaje y
vestuario. Se movían frenéticamente de un lugar a otro, sin parar. Yo intentaba
limpiar lo mejor que podía entre tanto caos.
Fue entonces cuando encontré
una media con el nombre de Claudia bordado. No podía ser una coincidencia, el
destino lo había dejado ahí para mí. Me aseguré de que nadie miraba y me la
guardé en el bolsillo. Sería la primera cosa que podría tener de ella. De
Claudia.
La hora del estreno se
acercaba y poco a poco, la sala se iba llenando de gente. Incluso yo me estaba
comenzando a poner nervioso de ver a todo el mundo tan ansioso. Intenté ver a
Claudia en más de una ocasión, pero no la encontré. La obra comenzó y todo marchaba
espectacular. La gente estaba aplaudiendo muchísimo y parecían disfrutar. Yo
daba vueltas entre los camerinos y el escenario, de vez en cuando me asomaba
para ver la actuación.
En uno de los cambios de
escena, escuché la voz de Claudia. Me acerqué a los camerinos y pude descifrar
que Claudia, mi Claudia, estaba buscando desesperadamente su media. La que yo
tenía. Me adentré en la habitación y le dije:
<<¿Esa media que buscas
tenía tu nombre bordado?>>, ella asintió, ahora con mucha luz en los
ojos.
<<La vi antes en el
suelo y la llevé a la sala de objetos perdidos. Acompáñame y te la
daré>>.
Claudia me sonrió y comenzó a
seguirme por el pasillo. Yo no sabía qué estaba haciendo, hacia donde la estaba
llevando, porque la media aún seguía en mi bolsillo, pero yo solo quería pasar
un poco de tiempo a solas con ella. Tener un momento de intimidad.
Llegamos al cuarto de la
limpieza, donde guardaba los productos que usaba para mi trabajo. La invité a
pasar y ella entró, buscando entre las estanterías su media. Yo entre tras ella
y cerré la puerta. Claudia se me quedó mirando y me preguntó dónde estaba su
media.
<<Si quieres que te dé
tu media, tendrás que darme un beso>>, dije señalando mi mejilla y
acercándome más a ella. Claudia dudo durante un momento y luego negó con la
cabeza. <<Venga, es sólo un beso. Tus compañeras te estarán
esperando>>, dije, intentando convencerla. Incluso allí, en una habitación
tan mugrienta y desastrosa, ella conseguía brillar.
Claudia retrocedió unos pasos,
para intentar alejarse de mí, pero yo era mucho más grande, por lo que apenas
me costó acercarme a ella, mucho más de lo que estaba antes.
<<Me estás dando
miedo>>, dijo ella, mientras empezaba a temblar y a sollozar. Yo le
agarré la mano y comencé a acariciarla, intentando tranquilizarla, pero ella
parecía incluso más nerviosa. Le comencé a dar besos en las mejillas y en el
cuello y ella al principio estaba inmóvil, sin saber qué hacer, pero cuando
intenté meter la mano debajo del tutú, ella comenzó a gritar.
Tuve que taparle la boca con
mi mano, el corazón me comenzó a latir demasiado rápido, estaba muy nervioso.
Mantuve completo silencio mientras Claudia forcejeaba para que la soltara.
Escuché que unos pasos se acercaban por el pasillo y me puse tenso. Claudia
pareció calmarse y dejó de patalear, pero no la solté hasta que estuve seguro
de que los pasos se habían alejado lo suficiente.
Cuando la solté, Claudia ya
estaba muerta. Había muerto entre mis brazos. La había matado. Le había
arrebatado la vida tan joven.
Claudia solo tenía 9 años.
Enhorabuena por el premio.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato.
Buenas Jaime, este no ha sido el relato ganador de este año. El de este año se llama "Querido Andrés", es mi última publicación.
EliminarMe alegro de que este relato te haya gustado también, siempre me gusta que la gente me deje sus comentarios sobre mis escritos, es una cosa que me motiva mucho a seguir escribiendo y mejorando en este mundo. Muchas gracias!