2017

QUIERO ABRIRTE LOS OJOS

No sé cómo debería empezar esta carta. En el instituto siempre nos enseñan a cómo comenzar cartas de solicitud, de presentación y de recomendación, pero nunca han dicho cómo empezar la de suicidio. En efecto, esta es mi carta, y no pretendo excusarme aquí, ni pediros disculpas por irme así sin más. Sólo pretendo decir que ha pasado y daos pie a que cambiéis este mundo, que me ha guiado a tomar esta decisión.
Todos os preguntareis ¿por qué? Tranquilos, yo al principio me preguntaba lo mismo, pero es tan evidente que al final os preguntareis ¿cómo has aguantado tanto?
Pues bien, todo ha empezado con distintos sucesos que me han marcado profundamente y que nada puede borrar ya. No creáis que soy cobarde por hacer esto, simplemente es que ya no puedo estar aquí, es un constante ahogo del que soy incapaz de salir, esta es mi única escapatoria. Estoy segura.
Hace cosa de un año empecé un nuevo curso en mi instituto. Yo no era de esa clase de personas populares que todo el mundo conoce, más bien era lo contrario. Pasaba desapercibida y no me molestaba. Estaba bien, yo me sentía cómoda así. Pero de pronto, la pequeña mariposa aleteo, y con un simple aleteo hizo que todo mi mundo empezara a derrumbarse a causa de un gigantesco tornado.
Una vez que estaba en el pasillo de clase, un chico mayor que yo se chocó contra mí. Fue un accidente, no lo había visto y el golpe fue algo brusco. Cuando me vio, se quedó un instante en silencio, y después empezó a reír.
            -Apártate del pasillo cerda.
Todos los chicos que había con él empezaron a reír y en ese momento me sentí muy vulnerable. Además, otras chicas de clase que estaban cerca de mí también rieron por lo bajo. En ese momento quería salir de allí corriendo, pero el profesor entró a clase y tuve que dejar mis ganas de huir y mi vergüenza para otro momento.
Poco después de ese suceso, empezaron a aparecer dentro de mi mochila dibujos de cerdos con mi nombre e insultos muy desagradables. Yo me dediqué simplemente a ignorarlo y seguir con mi vida, pero me molestaba. El hecho de estar un poco más gorda que las demás chicas me hacía ser débil. Todo se descontroló un poco, porque después de esos dibujitos empezaron a subir fotos y comentarios ofensivos míos y hacia mí en las redes sociales. Fue un duro golpe, y es cuando decidí avisar al centro donde estudio. Lo único que hicieron fue expulsar una semana a todos los que tenían mayor culpa después de haber borrado esas fotos y comentarios (pero la gente ya había comentado y disfrutado con mi humillación, pero claro, esas personas se vieron impunes).
 Desde ese momento todo se relajó un poco, y con el tiempo la gente se fue olvidando de aquel horrible mote. Pasados unos meses estaba sentada con varios chicos y chicas de mi clase en un banco repasando y preguntando dudas de un exámen, cuando me percaté de que dos chicas estaban arrinconando a otra mientras parecía que le gritaban. Me quedé observando a la chica, indefensa y algo pálida. Ella no estaba gorda, no era fea, tenía un cuerpo bonito, estaba en mi mismo curso y era inteligente. Entonces, ¿por qué la acosaban? Conmigo al menos tenían excusa, mi peso determinaba mi popularidad, pero aquella chica no tenía nada malo. Y entonces me sentí furiosa por ella. ¿Por qué si era perfecta no se defendía ni hacía nada para que aquellas chicas parasen? De pronto la sirena tocó y cada persona que había allí se dirigió hacia su destino. Nadie intentó parar a aquellas chicas, y nadie pareció ver aquella escena, y sin embargo, si alguien la había visto no había hecho lo más mínimo para pararlo, yo inclusive. No fue hasta que llegue a casa que me di cuenta de que no hay excusa para el bullying. No por tener un peso distinto tienes que ser acosado, ni por ser diferente, ni por ser más inteligente que los demás. Fue entonces cuando me di cuenta de que cualquier persona podría sufrir acoso escolar, por muy perfecto que fueras. Pero sin embargo, nadie hacía nada para pararlo. Me pregunté entonces por qué no había hecho nada en ese momento. La respuesta fue tan sencilla que no tardé dos segundos en horrorizarme de mi misma. En ese momento la pistola estaba apuntando a otra persona, y obviamente nadie quiere que esa arma se vuelva contra su propia cabeza. Por miedo. Por miedo estábamos muchos aislados, desconcertados y deprimidos. Porque esa pistola nos obstruye y cada vez que callamos nos oprime más la cabeza hasta el punto de que sufres tanto que tú mismo aprietas el gatillo.
 Después de varias semanas, estaba más tranquila, tenía la horrible y pobre esperanza de que pronto todo estaría bien y yo sería feliz como los demás chicos de mi edad. A diferencia de los otros, yo no salía nunca, a pesar de que mis padres me insistían mucho no tenía con quien salir. No es que no me gustara la gente, sino que yo no parecía agradarles demasiado a ellos. Pero de pronto, una noche, una chica del instituto tocó a la puerta de casa, yo abrí. Me dijo que una rueda de su coche se había pinchado y que necesitaba ayuda. Mi padre se la cambió mientras mi madre, Clara (así es como se llamaba la chica) y yo tomábamos té en el salón. Clara nos contó que iba camino de una fiesta, y mi madre, como no, empezó a decirle que nunca salía y que necesitaba hacer amigos e ir a fiestas, entonces a la chica se le ocurrió la espantosa idea de invitarme a esa velada. Yo obviamente estaba muerta de vergüenza, pero mi madre me impidió negarme y me mandó rápidamente a mi habitación, diciendo que debía estar preparada en veinte minutos. Unos 10 minutos estuve pensando qué ponerme. No tenía mucha ropa arreglada ya que nunca salía, pero me decidí por algo sencillo. Cuando bajé, la rueda ya estaba cambiada y Clara y yo nos dirigimos en su coche hasta aquella fiesta. Aquello era una barbaridad. Había muchísima gente y gran cantidad de alcohol. Cuando entramos a una sala, Clara saludó a algunas de sus amigas y besó a un chico. Era bastante guapo y me sonaba del instituto, pero no sabía su nombre y nunca había hablado con él. Clara me presentó a todos ellos. Yo entré con un poco de timidez, pero a lo largo de la noche me fui soltando cada vez más. Llegó un momento temido. Me ofrecieron alcohol. Me aterrorizaba mucho la idea de estar bebida, y más con tanta gente desconocida, pero recordé las últimas palabras de mi madre antes de salir de casa: “Adáptate”. Supongo que no se refería a aquello, pero no encontraba otra forma mejor, puesto que si lo rechazaba me tomarían por más aburrida y no me volverían a invitar a ninguna fiesta, y mis padres empezarían a pensar que tengo problemas para relacionarme con la gente, y volverían a llevarme a ese odioso psicólogo que sesea todo y empezaría a creer que estoy mal y todo esto sería un bucle del que nunca saldría. Así que cogí el vaso y me lo bebí en muy poco tiempo. Empecé a comportarme de manera inusual, pero no se estaba mal. Me reía por cosas sin sentido y estaba más sociable que nunca antes. Pero seguí bebiendo y cada vez era menos consciente de lo que hacía y mi cuerpo se tambaleaba como un cojo intentado mantener el equilibrio sobre la cuerda floja. Lo que recuerdo después de aquella noche son ráfagas de fotos sin sentido golpeando mi cerebro. A las pocas horas desperté en un baño. Estaba medio desnuda tumbada en una bañera. No recordaba nada y me levanté rápidamente para coger la ropa que estaba tirada en el suelo. Cuando salí medio confusa y con un tremendo dolor de cabeza, encontré que todo estaba hecho una pocilga. Había más chicos tirados en el sofá o incluso en el suelo (no podía hablar, yo estaba en la bañera), había un montón de vasos y latas de bebida por todos lados y olía fatal. Empecé a buscar mi móvil en el bolsillo de mi chaqueta, que estaba colgada en el vestidor. Lo encontré y lo primero que vi fueron más de veinte llamadas perdidas de mis padres. Los llamé corriendo y les pedí que me recogieran. Ni mucho menos esperaban que me comportara así en mi primera fiesta. Me castigarían toda la vida por esa resaca. Después de disculparme un millón de veces, me encerraron en mi habitación y me impusieron un castigo de dos semanas sin salir. A pesar de que no les gustaba mi comportamiento, dijeron que era una adolescente y que si prometía que era la última vez que bebía podrían dejarme salir otra vez con Clara alguna noche más. En el fondo mis padres querían decir que se alegraban de tener una hija medio normal que va de fiesta con algunos amigos, y yo no puse ninguna pega a aquel castigo. Cuando entré en mi habitación para ducharme, Clara me envió una foto. Cogí el móvil suponiendo que sería alguna de la noche anterior, pero al abrirla me puse pálida. Sí que era una foto mía de la noche anterior. Salía desnuda en la bañera con otros tres chicos a mi alrededor, que también parecían ebrios. Uno de ellos era el novio de Clara.
No lo podía creer. Aquella no podía ser yo, era imposible. Escribí a Clara que no recordaba nada de eso, que el alcohol me había hecho hacer cosas que no debía y que sentía mucho si había pensado que yo y su novio habíamos tenido algo.
Ella me contestó con barbaridad de insultos. Poco después me tumbé en la cama y empecé a llorar. Ahora tendría que mantener una conversación con mis padres que creo que nos disgustaría a todos por igual.  A ellos porque las esperanzas de que yo tuviera amigos alguna vez desaparecería y a mí porque siempre lo destrozaba todo.
<<Papá, mamá, ¿recordáis a la chica del otro día? Pues me odia porque mientras estaba borracha su novio se tomó unas fotos conmigo, y por cierto, estaba desnuda>>. Era incapaz. No podía.
Al día siguiente en clase todos me miraban y parecían cotillear. Supongo que sabrían que había estado en aquella fiesta y Clara les habría contado cosas horribles sobre mí. Ella era una de esas chicas. Pero mi sorpresa llegó cuando un niño que compartía conmigo las clases de Literatura se acercó y dijo:
            -Bonitas tetas, cerda.
Aquello fue un duro golpe. Todos sus amigos reían por detrás mientras señalaban la pantalla del móvil. Me acerqué enfurecida y vi que la foto que me había pasado Clara había sido difundida por todo el instituto. No pude más y corrí hasta los baños más próximos. Allí intenté controlarme. Estaba aterrorizada y avergonzada. Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer y entonces lo único que encontré fue llorar para desahogarme. Después de unos intensos minutos agradecí que nadie hubiera entrado en ese entonces, porque mi llanto era muy perceptible. Salí y me enjuagué la cara tras haberme echado varias trombas de agua sobre mi rostro para disimular que había estado llorando. Cuando conseguí sentirme un poco mejor, salí y llamé a mi madre para que me recogiera. No podía estar allí más tiempo. No podría soportar otro insulto u otra mirada juzgándome.
Cuando subí al coche de mi madre, esta se percató enseguida de que había llorado y me preguntó. Simplemente le respondí que me dolía mucho la barriga, pero aunque no sonó muy convincente, me dejó tranquila, algo que le agradecí.
Estuve sin asistir a clase durante una semana. Siempre les ponía excusas a mis padres y ellos ya empezaban a hacerme muchas preguntas. En el móvil recibía una barbaridad de comentarios sobre aquella foto. La gente me hablaba preguntando si había mantenido relaciones sexuales con alguno de aquellos chicos y las chicas me acusaban de puta y desesperada. Yo entonces apagaba el móvil por unas horas y me concentraba en dibujar en mi cuarto. Toda mi habitación acabó llena de dibujos. Todo el mundo que entraba a mi habitación (es decir, mis padres y el hijo del vecino una vez para entrar al servicio)  decía que estaban muy bien hechos, pero que parecían demasiados oscuros y fúnebres. Yo simplemente respondía que me gustaban así. Pero llevaban razón. Mi manera de pedir ayuda de alguna forma era mediante aquello, pero nadie parecía verlo.
Cuando por fin decidí contarles a mis padres lo que había sucedido y por lo que no quería asistir al instituto, los pillé en un mal momento. Habían peleado y ninguno entraba a razones. Ahí es cuando solía entrar yo y ponía paz entre ellos, pero ese día simplemente me encontraba sin ganas, así que salí de casa a dar una vuelta sin decirles nada. Subí hasta un cerro alto y me senté en un banco. Desde allí se veía todo. Y entonces me puse a llorar, porque incluso mi dolor llegaba hasta allí, incluso tan alto y tan lejos de todo conseguía sentirlo. En ese momento me empecé a preguntar cómo podría acabar mi dolor. ¿Cuándo acabará todo esto? Siempre había visto a las personas infelices, pero no por mucho tiempo. Yo llevaba meses de esta forma. Sentía vergüenza y odio hacia mí misma por no ser lo suficientemente valiente como para tirarme en esos momentos por aquel precipicio. Entonces me limité a seguir llorando, como hacía siempre. Cuando decidí que era una buena hora para volver a casa bajé aquel cerro y pasé por un parque. Tuve la mala suerte de que en aquel lugar estaba Clara y algunos de sus amigos. Uno de ellos se percató de mi presencia y la avisó. Yo decidí no mirar, pero podía sentir como todas sus miradas estaban fijas en mí. Escuche gritos y aceleré el paso. Empezaban a seguirme y no me sentía con fuerzas como para correr. Quedaba bastante camino hasta casa. Entonces me pregunté: ¿Qué me pueden hacer ya? Me han insultado, han conseguido bajar mi autoestima, me han humillado delante de todos, y han conseguido llevarse mi felicidad. ¿Qué más me queda? En ese momento un coche rojo empezó a seguirme desde cerca. Una de las ventanillas se bajó y los insultos me llovieron. No podía llorar, no allí, no me podían ver. Entonces me di una vuelta en seco, esta vez para dirigirme hacia el parque. Ellos tardarían bastante en dar la vuelta, y así yo podría esconderme por allí y saltar para llegar a casa por otro lado. Pero fueron más rápidos de lo que había calculado y en poco más de treinta segundos me comían los talones. Entonces muchos de ellos bajaron del coche velozmente y se dirigieron corriendo hacia mí. Yo empecé a correr, pero me alcanzó un chico muy rápido y fuerte. Me pegó un empujón y caí al suelo. Conseguí apoyar las manos antes de dejarme allí los dientes. Todos los demás me rodearon mientras intentaba levantarme, pero el chico me puso un pie en la espalda y me volvió a empujar bruscamente contra el suelo. Entonces Clara se arrodilló y me agarró del pelo.
            -Te gustan los novios de las demás ¿no, cerda?
Todos rieron y en sus miradas conseguí ver maldad, una maldad que nacía al ver el miedo reflejado en mi rostro. Decidí no decir nada, porque tampoco sabía qué decir, pero entonces Clara alargó su mano hasta un charco cercano y agarró un montón de barro.
            -He escuchado que a los cerdos les gusta el barro. Vamos a comprobarlo.
La mano de la chica empezó a restregar el barro por toda mi cara. Después sus amigos se unieron y mi ropa acabó también llena. Pero cuando creía que me iban a dejar libre, que ya podría volver a casa sin dignidad y sin ganas de vivir, agarró otro puñado de barro y dijo:
            -Abre la boca.
En ese instante todo se congeló. ¿Qué se suponía que debía hacer? Entonces me acordé de aquella chica a la que no ayudé en el recreo. La que probablemente necesitaba mi ayuda. Y entonces recordé que toda mi vida estaba mal, y que nada de esto debería de estar pasando, pero no podía hacer nada para volver en el tiempo y cambiar lo que era. Lo que soy. Y todo, incluida yo, se desvaneció por un momento. Entonces Clara empezó a meter barró en mi boca, y oía carcajadas. Al tiempo se fueron, y me dejaron allí tirada, por unos momentos mientras decidía si tenía fuerzas para volver a casa. Y en ese momento me di cuenta de que sí que podían quitarme algo más. De hecho, ya me lo habían quitado. La esperanza, eso que suelen decir que es lo último que se pierde. Entonces me levanté, me dirigí a la fuente y me lave la cara. Fui a una tienda de ropa de segunda mano y compré unos viejos vaqueros y una chaqueta. Tiré la otra ropa y me acerqué a casa. Me tomé tantas molestias porque no quería llegar y que mis padres se empezaran a preocupar y a hacer preguntas que ni siquiera yo podía responder y a agobiarme aún más. Entonces llegué y suponiendo que estarían cenando me encontré a mi madre sentada en el sofá bebiendo vino. Me dijo que mi padre y ella habían discutido y que papá se había marchado. El motivo de su discusión había sido yo. Ninguno de los dos se explicaba mi extraño comportamiento de las últimas semanas y ambos se echaban las culpas el uno al otro. Entonces convencí a mamá para que fuera a buscarlo y ella consintió.
Ahora estoy escribiendo esta carta. Supongo que no tiene sentido, como tampoco lo tiene mi vida. Solo me pregunto qué habría sido de mí en otras circunstancias. Si ese chico no se hubiera chocado contra mí, si no me hubiera llamado cerda, si no hubieran subido aquellas fotos y comentarios, si el instituto hubiera hecho más para ayudarme, si hubiera parado a las chicas que acosaban a otra, si a Clara no se le hubiera pinchado esa rueda, o simplemente hubiera tocado en otra puerta, si mi madre no hubiera insistido tanto, si yo no hubiera bebido para tratar de ser alguien que no soy, si esa foto no se hubiera difundido, si mis padres hubieran hablado conmigo antes para averiguar qué me pasaba, si no hubiera subido a aquel cerro para después bajar y encontrarme con mi pesadilla, si ninguno de aquellos chicos me hubiera visto o no hubiera avisado a Clara, si ella hubiera sido menos cruel y me hubiera dejado pasar, si yo no hubiera huido hasta aquel parque asustada por aquel coche, si no hubieran decidido humillarme y llenarme de barro, si simplemente papá no se hubiera marchado o mamá se hubiera dado cuenta de que tenía el pelo lleno de barro y me hubiera preguntado.
Si alguna de esas cosas hubiera sucedido de otra forma probablemente no estaría escribiendo esto.
Solo os pido una cosa. Ayudad a todos los que estén pasando por lo que he pasado yo. Conseguid bajar esa pistola.



Espero que os haya gustado. Esto que describo en este texto es ficción, pero esta pasando en todos los lugares del mundo. Tenemos que conseguir pararlo entre todos, porque juntos podemos. Apoyo a todas las personas que han pasado por algo así. 



Comentarios

  1. Un relato de ficción, pero tan auténtico y real que duele pensar que para muchas personas es algo estremecedoramente cotidiano.
    Me ha gustado enormemente, así que te doy mis sinceras felicitaciones.
    Espero que te prodigues más y nos regales pronto otro relato.

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