Relato Valentín Sánchez 2023- QUERIDO ANDRÉS

 

QUERIDO ANDRÉS

 

 Corría el año 2012. Vivía en Buenos Aires y todas las semanas, los jueves para ser exactos, iba a visitar a mi abuelo Andrés. A él le encantaba leer, pero la vista a los 92 años no es la misma que a los 21, así que yo iba a leerle.

 Él siempre elegía títulos bien variados, desde el periódico a novelas, poemarios, revistas.... Pero hasta ese día, nunca antes me había pedido que le leyera cartas.

 Desde el primer momento me llamaron la atención. Estaban guardadas en una bonita caja de madera. Todas estaban selladas y el tono de la gran mayoría comenzaba a verse amarillo en lugar de blanco. Miré a mi abuelo, extrañada, sin entender a quién iban dirigidas aquellas cartas, ya que en el exterior no tenían ningún nombre, solamente el mes y el año en el que habían sido escritas. Él me dijo que la caja había llegado esa misma mañana por paquetería y que, aunque él les había asegurado que no esperaba ningún paquete, el muchacho había insistido en que era para él.

 Todo eso no hacía más que despertar mi curiosidad, así que cogí la carta más antigua y comencé a leerla.

Diciembre de 1938

Querido Andrés,

Estos meses sin ti en Madrid han sido un completo infierno. Te echo de menos cada minuto del día. No ver tu sonrisa me entristece, no escuchar tu voz me hace que cualquier otro sonido no sea bienvenido en mis oídos. Sueño con el día en que esto acabe, en que podamos volver a vernos. En que seas libre de moverte por España. Sueño con ese día.

Siempre tuya,

V.”

 Miré a mi abuelo, desconcertada. El nombre de la abuela era Sofía. Además, varias veces nos habían contado que se habían conocido en 1945 en una bonita cafetería a dos manzanas de su actual casa. La cara de mi abuelo se había puesto pálida y se había quedado paralizado. Temí que a su edad eso pudiera ser un peligro, que estuviera sufriendo un ataque al corazón, pero después de unos segundos se repuso y susurró: “Virginia…”

 El abuelo me pidió que no siguiera leyendo, que no quería recordarlo, así que me entregó un periódico del día anterior y, aunque yo estaba muy intrigada, hice caso a mi abuelo.

 A la semana siguiente, la caja aún seguía colocada en una de las estanterías de la sala de estar de su casa, pero no me pidió que le leyera otra. No fue hasta un mes después que lo hizo. “No puedo parar de pensar que tal vez un día cercano muera y no me podré perdonar por no haber leído esas cartas. Por favor, léeme otra”. Y yo estuve encantada de hacerlo, me intrigaba mucho quién era esa mujer y por qué había decidido enviarle esas cartas al abuelo tanto tiempo después.

Marzo de 1939

“Querido Andrés,

Tengo mucho miedo. Cada vez están más cerca de entrar en Madrid, cada día lo tengo más claro. Apenas salgo a la calle y apenas hablo con nadie. El aire estos días está enrarecido. Me alegro de que no estés aquí, espero que allá donde estés, seas muy feliz.”

 El saludo final y la firma eran los mismos que en la primera carta. El abuelo estaba mirando al techo, como rememorando viejos tiempo, tiempos que parecían irreales porque había pasado demasiado tiempo entre ellos y el presente. “Lee otra más por favor”, me pidió.

Septiembre de 1940

“Querido Andrés,

Ya ha pasado más de un año desde que terminó la guerra y empezó la dictadura. En mi familia hemos tenido suerte, o eso es lo que me dicen todas mis amigas. Yo no lo veo así, más bien me parece un infierno.

Después de que tomaran Madrid, uno de los oficiales que había combatido para Franco me vio y quedó prendado de mí. Fermín habló con mis padres y les pidió casarse conmigo. Ellos, aunque no estaban muy conformes con la idea de que una de sus hijas se casara con uno de los involucrados en la destrucción de su tierra, tuvieron que aceptar, ya que a Fermín le habían concedido un pequeño caserío a las afueras de Madrid, donde podríamos trasladarnos todos para vivir.

Debido a la guerra que está devastando el resto de Europa, hemos decidido celebrar una ceremonia más sencilla. Mañana nos casaremos.

Mi único consuelo es pensar que, tal vez en otro mundo, nosotros podríamos haber acabado juntos, casándonos. Que podríamos haber sido felices por el resto de nuestras vidas.”

 Cuando vuelvo a meter la carta en el sobre, veo que mi abuelo está llorando sentando en su viejo sillón. Nunca antes lo había visto llorar, ni incluso cuando la abuela falleció. Le tendí un pañuelo de tela y él se limpió, sin decir nada. Decidí guardar las cartas por ese día. Pero todos los jueves, mi abuelo me esperaba sentado en su sillón y en la mesa, frente a donde yo me sentaba, siempre estaba la caja. Así que yo le leía.

Febrero de 1945

“Querido Andrés,

Perdóname por no haber escrito en tanto tiempo. Fermín me interrumpió mientras escribía la carta anual en 1941, cuando estaba embarazada. Pensó que tenía un amante y me pegó tal paliza que perdí a mi hijo. Desde entonces no me había vuelto a atrever a escribir. Por mucho tiempo ha estado registrando mi habitación en busca de más cartas, pero yo tenía las otras a buen recaudo.

Ahora tengo tres hermosos hijos, Andrés. Dos niñas y un varón. Te adorarían. Durante todos estos años he intentado averiguar a qué lugar huiste. Me encoge el corazón pensar que tal vez te intentaste refugiar en Francia. Me desuela la idea de que te fuiste huyendo de una guerra y te encontraste una incluso mayor. Pienso en ti muy a menudo, aunque no tanto como antes. Mis hijos me dan mucho trabajo y los tengo a ellos en mente la mayoría del tiempo.

Espero que estés bien.”

 Mi abuelo sonrío cuando escuchó que Virginia había tenido tres hijos y no lo entendí, porque parecía que esa mujer había sido el amor de su vida y había tenido hijos con otra persona, pero creo que mi abuelo pensó diferente a mí, pensó que, dentro de esa vida impuesta, lo único que no le pesaba realmente era cuidar de sus hijos. Lo único que la había motivado a seguir día tras día.

 En todo el tiempo que estuve leyéndole a mi abuelo, siempre me pedía que leyera solo una carta por semana. Quería alargar aquel momento lo máximo posible, creo que no se quería desprender tan rápidamente de Virginia. Para mi abuelo, cada semana se le hacía un año para poder volver a saber de ella. Para saber qué le había pasado.

Diciembre de 1975

“Querido Andrés,

Finalmente ha terminado. Se terminó. Tal vez sea el luto que más felizmente he tenido que vestir en mi vida. Fermín me obliga a seguir haciéndolo, aunque ya la mayoría de gente viste normal.

Me gustaría poder enviarte esta carta y pedirte que me llevases contigo, mis hijos ya son lo suficiente mayores para cuidarse ellos mismos, pero sé que un hombre como tú no estará solo. Probablemente también estés felizmente casado y tengas unos hijos maravillosos.

Mi mayor felicidad estos días son mis nietos. Pensar que ellos podrán vivir en una España totalmente diferente a la que nosotros tuvimos en nuestra juventud me llena de esperanzas.”

 Mi abuelo volvía a estar llorando. Pero en su cara pude vislumbrar cierto alivio, un alivio que creo que le provocaba no haber recibido aquellas cartas en aquel año. Él también había pensado en ella casi todos los días desde que dejó España para venir exiliado a Argentina, pero él nunca se atrevió a mandar una carta o de hacerle saber que estaba vivo. Pensó que eso podría haberlos puesto en peligro a ambos. Así que lo dejó y prefirió rehacer su vida, pensando que Virginia ya lo tendría más que olvidado. Pero no había sido así, y eso lo consolaba y lo destrozaba a partes iguales. Ella lo quería. Lo había querido toda su vida. Y él a ella también, aunque hubiese intentado olvidarla. Era algo que no sabía si llegaría a perdonarse algún día.

 Poco después de eso, el abuelo fue ingresado en el hospital por problemas respiratorios. Estaba enchufado a una máquina las 24 horas del día y allí se sentía realmente solo. Yo iba a visitarlo cada dos días, pero allí no tenía la caja con las cartas. Con la máquina que tenía mi abuelo, apenas podía hablar, pero le veía en los ojos el anhelo y el miedo por saber lo que iba a pasar. Temía que no le diera tiempo a terminarlas, así que decidí llevarlas al hospital y seguir con nuestras lecturas allí. Eso lo animó bastante. Incluso las enfermeras lo notaron más contento.

Agosto de 1982

“Querido Andrés,

Se que ya soy mayor para estas cosas, pero como siempre te comentaba cuando éramos niños y estábamos llenos de energía, mi sueño siempre fue enseñar. Creo que se me da bastante bien. A mis hijos y nietos siempre los he ayudado en su enseñanza y todos ellos parecen muy agradecidos.

Hace unos meses, Fermín comenzó a desarrollar Alzheimer y vi la oportunidad de poder llevar a cabo mi sueño. Fermín me ha impedido toda la vida desarrollarme profesionalmente, no paraba de recordarme que el trabajo era para los hombres y que las mujeres debían permanecer en casa, pero ahora él no está aquí. Y yo empecé a formarme como profesora para ayudar a un grupo reducido de niños por las tardes. Sé que no es mucho y que, tal vez, con 60 años, sea un poco tarde, pero no quiero pensar eso. Mejor tarde que nunca.”

 Mi abuelo no paró de llorar hasta una hora después. Las enfermeras estaban preocupadas, pero les dijimos que se trataban de lágrimas de felicidad.

 No sé si fueron las cartas, pero a los pocos días, al abuelo le dieron el alta y volvió a casa, fuerte y sano.

Julio de 1997

“Querido Andrés,

Hoy es el aniversario de la muerte de Fermín. Hace siete años que desapareció de mi vida. Probablemente los siete años más felices que he tenido desde que te marchaste. Llevo sin escribir desde entonces y lo siento mucho, pero la vida me ha mantenido viajando de un lugar para otro. He tenido que aprovechar este tiempo para desarrollar mis sueños, ya que la vida me los arrebató allá por 1935.

Ahora soy escritora. Creo que escribir estas cartas fue lo que me incitó a escribir mis novelas. Me va bastante bien, aunque tal vez no reconozcas ninguno de mis libros porque están escritos bajo seudónimo. A pesar de que llevo más de media vida sin verte y sin saber nada de ti, siempre has sido una gran inspiración para mí. Tu fuerza y valentía atraviesan el tiempo y el espacio y llegan hasta mí, para llenarme con ellos.

 El seudónimo venía escrito al final de la carta. Yo lo apunté y al día siguiente bajé a la librería para corroborar que aquello era cierto. Desde entonces había publicado casi una veintena de libros. Decidí comprar uno para leérselo al abuelo cuando terminásemos las cartas. Seguramente le haría ilusión.

 El siguiente jueves le llevé el libro y miré cuantas cartas quedaban. Ya no quedaban muchas y eso me ponía triste, por el abuelo, pero también por Virginia. Había acabado cogiéndole cariño a través de las palabras y los años.

Noviembre de 2004

“Querido Andrés,

Este año está siendo uno de los más tristes de mi vida. No sabía que el corazón fuese tan resistente al dolor hasta ahora. No había tenido fuerzas para contarte esto antes, pero creo que ahora puedo hacerlo.

Hace unos meses, en marzo, perdí a uno de mis hijos. Iba en ese tren, el del atentado. Siempre me he cuestionado por qué Dios deja que los padres entierren a los hijos. Es ley de vida que debería ser todo lo contrario.

Me pregunto si la guerra alguna vez terminó o si, simplemente, los humanos no estamos hechos para vivir, sino para crear y destruir.

He parado de escribir durante todo este tiempo. Apenas he sido capaz de salir de la cama y no me siento con fuerzas ni con inspiración. A veces me gustaría poder tener una conversación contigo, ver cómo ha pasado el tiempo y la vida nos han hecho cambiar de parecer millones de veces.

 El abuelo, aunque nunca tocaba la caja, sabía que la cosa estaba llegando a su fin, que las cartas se acabarían muy pronto, y eso lo tenía triste, pero nunca me pidió que parase.

 Cuando llegó el día de abrir la última carta, creo que ambos preferíamos dejarla en la caja para siempre. Sería una forma de que Virginia fuera siempre infinita, de alguna manera, pero ninguno de los dos éramos capaces de aguantar para saber qué contenía esa última carta. Qué nos diría. Tomé un suspiro y miré al abuelo, él me asintió y desgarré el sobre, el más blanco hasta ahora.

Marzo de 2012

“Querido Andrés,

Esta es la última carta que te escribiré, pero con suerte, también será la primera que te envíe. Este último año he estado bastante mal. Me detectaron cáncer hace cerca de un año y, con noventa años una no es tan fuerte como con dieciséis.

Le he pedido a un buen amigo que te busque cuando yo muera y que se encargue personalmente de darte las cartas. Sé que estás viviendo en Argentina y que, aunque ahora eres viudo, tienes una bonita familia que cuida de ti. Eso me alegra mucho más.

No sé si querrás leerlas después de tantos años, pero siempre han sido tuyas y quiero que las tengas contigo. Puedes hacer lo que más desees con ellas.

Quería darte las gracias por haberme acompañado durante tanto tiempo en mi vida, incluso sin tú saberlo. Algo me dice, o tal vez sólo sean esperanzas, que tú también me has echado de menos.

Tal vez está vez no fue la hora de conocernos, Andrés. Tal vez, en otras historias, Virginia y Andrés acaban juntos, siendo felices. No es nuestro caso, pero sé que ambos somos felices, aunque estemos separados.

Cuando leas esto yo ya no estaré más en esta historia, pero seguiré buscándote en todas las otras historias que viva, porque eres el amor de mi vida.

Te quiero,

Virginia.

 

 

 

Comentarios

  1. Hola, Lidia:

    En primer lugar, felicitarte por el blog.
    Creo que es la mejor forma de darte a conocer y por supuesto, también, de tener todos tus trabajos en un lugar concreto al que siempre se puede ir a mirar tanto en búsqueda de tus antiguos textos, como de las novedades que vayas añadiendo.
    Por lo pronto, me he permitido enlazarlo tanto en mi web de El Porche de Luis: https://www.netvibes.com/bikervva#Villanueva_Mesia como en mi blog de "El Porche de Luis en Villanueva Mesía": https://elporche.blogspot.com/

    Dicho lo anterior, te comento que tus dos últimos textos: "Relato corto: La llave" y el premio Valentín Sánchez 2023, "Querido Andrés" me han gusto mucho, sobre todo el de "Querido Andrés", ya que encuentro a una Lidia más madura literariamente, con ideas nuevas, originales y sumamente interesantes y atractivas. Cómo has sabido hilvanar la acción a través de una caja de cartas que se leen paulatinamente, deshojando la trama, creo que es una manera muy buena y original de mantener despierto el interés del lector, posee una fuerte expresividad y me resulta muy atractiva. Noto también, gratamente por cierto, que la adolescente se hace mujer (cuestión de tiempo) y toca temas y los enfoca, como mencionaba antes, con una mayor madurez, lo que me alegra mucho, ya que no solamente pones el acento en cuestiones diversas marginales al mundo del adolescente, saliendo de ese círculo en el que lógicamente estabas inmersa, sino que a la vez buscas e investigas temas nuevos, a la vez que inventas y creas herramientas que provocan curiosos y atractivos momentos narrativos. Pienso que es una línea que te generará amplias expectativas cara al futuro, que por poco que la explores te dará y nos dará, relatos de gran tonelaje en todos los aspectos.

    Por último, corrige, siempre, corrige mucho. Arregla los fallos y repeticiones que detectes al releer en el blog, no pasa nada, ya que es tuyo y es muy atrayente, el luchar por la obra perfecta, al menos ortográfica y literariamente hablando, desde mi punto de vista es algo muy importante. Es bueno, luchar y acostumbrarse a mostrar siempre, la mejor imagen literaria, higiénicamente limpia, aseada y correcta.

    Espero haberte sido útil y sobre todo recibe todo mi ánimo y siente mi profundo deseo que espera tu próximo trabajo.

    Saludos cordiales, Luis, el maestro.

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