Relato Corto -- La llave

La llave 

El timbre sonó y me dirigí hacia el aula, esquivando a gente apresurada por el pasillo. Al entrar, dejé la mochila en el suelo y me senté en mi silla, sin quitarme los cascos. Estaba escuchando una canción de The Rolling Stones y no podía pararla hasta que terminara, sería un completo sacrilegio; además, el profesor aún no había entrado y, como de costumbre, tardaría un poco más en llegar.

Cuando dejé el móvil sobre el pupitre y miré alrededor, me di cuenta de que todos los que estaban en la sala miraban sus móviles, algunos reían y mostraban la pantalla a algunos de sus amigos; otro parecían algo disgustados, incluso incómodos, pero todos seguían mirando, sin poder apartar la mirada de lo que estaban viendo. Me dio un poco de curiosidad saber de qué se trataba, pero en ese momento entró el profesor. Me quité los cascos y saqué mis libros. Un murmullo seguía invadiendo la estancia, por lo que el profesor nos mandó a callar y todos guardaron sus teléfonos móviles y se callaron. El resto de las clases fueron muy monótonas y aburridas, aunque la gente seguía cotilleando sobre esa cosa y yo aún no sabía de qué se trataba.

Cuando sonó la sirena indicando el inicio del recreo, salí con la esperanza de que mis amigos supieran algo y me contaran qué estaba ocurriendo. Me acerqué primero a la cafetería y me pedí una tostada y un café; luego, me dirigí a la mesa donde se encontraban mis amigos. Todos ellos estaban mirando también un teléfono. Era un vídeo. Al acercarme, uno de ellos levanto la vista y me llamó para que acudiera rápido a mirar. Yo me acerqué por detrás de todos ellos para poder ver. Al principio, no se distinguía mucho más que una habitación algo oscura y figuras, oscuras también, que reían y decían cosas que no llegaba a descifrar por el ruido de la cafetería. Luego, la imagen se hizo un poco más nítida, distinguiéndose así cuatro figuras de jóvenes, todos ellos varones. Fue cuando empezaron a dirigir la cámara hacia otro lugar de la habitación, hacia una cama. En la cama se hallaba una chica desplomada, seguramente inconsciente o delirando, con el vestido medio subido. 

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y unas tremendas ganas de vomitar agitaron mi estómago. Me sentía enfermo al ver aquellas imágenes, pero seguí mirando a pesar de ello. Conseguí reconocer a dos de ellos, que iban a nuestro instituto. Fue uno de los desconocidos el primero en bajarse los pantalones. Se acercó a la chica y comenzó a subirle aún más el vestido. Ella no reaccionaba, por lo que no pudo defenderse; probablemente estaría drogada.  Pero una idea se había incrustado en mi cerebro y me era difícil desprenderme de ella. Mi ser más profundo creía, estaba seguro, que esos chicos la habían drogado y, a pesar de que no tenía pruebas, lo sabía.

Antes de que empezaran a violarla me retiré de la pantalla, sin poder aguantar un segundo más viendo aquel vídeo. Era repugnante ver como todos seguían mirando, e incluso, disfrutando. Eso me puso aún más enfermo y me dirigí rápidamente hasta el baño, donde vomité. Un sudor frío me bañaba todo el cuerpo, dejando dormidas mis extremidades. Era una pesadilla. No creía que todo esto pudiera estar pasando. Sí, claro que lo sabía. ¿Qué otra cosa sino podría estar ocurriendo? Pero fue el miedo lo que me impidió actuar, el miedo fue el que me hizo cómplice de semejante delito. Volví a vomitar y justo en ese momento entró un grupo de chicos al baño. Comentaban el vídeo también, parecía que no había otra cosa de que hablar. Cuando salí, me quedé parado en la puerta, mirando a uno de ellos. Las imágenes me vinieron a la cabeza, todo ocurrió muy deprisa y casi me mareé. Los chicos, al verme plantado, con el semblante oscurecido, se callaron y me miraron. 

Uno de ellos era un violador y los otros lo trataban como si fuera un héroe, como si lo que había hecho fuera fantástico y un ejemplo a seguir para todos los demás. Esto, en vez de dolerme, me cabreó aún más. Uno de los chicos le había preguntado cómo habían conseguido que accediera y él simplemente se había encogido de hombros y había dicho que la chica iba algo perjudicada y que había sido ella la que lo había ofrecido. Todos rieron. 

Al salir del instituto, fui directo a casa, evadiéndome de todo lo que había ocurrido y dejando que el aire libre disipara todos mis malos pensamientos. Cuando llegué a la puerta de casa ya estaba mucho menos tenso y entré. 

Mis padres y mi hermana estaban sentados en la mesa, comiendo. Yo dejé las cosas en mi habitación y fui con ellos para comer. Fue entonces cuando mi hermana sacó el tema. Dijo que en el colegio corrían rumores de que unos chicos mayores, algunos de ellos de mi instituto, habían grabado a una chica dormida.

Mi madre se horrorizó ante la idea. "Seguro que estaría muy borracha y dejaría que hicieran cualquier cosa con ella, por eso siempre debes tener mucho cuidado, hija". Pero la verdad es que daba igual como estuviera la chica, eso no debía hacerse. No era culpa de ella, sino de los que la habían grabado sin ningún tipo de consentimiento. Mi madre me preguntó si yo sabía algo, pero dije que no. Estaba cansado de todo esto, pero en realidad, no era exactamente ese el sentimiento que recorría cada centímetro de mi cuerpo. Era remordimiento. 

El sábado pasado, hace tan sólo unos días, hubo una fiesta en casa del hermano de unos amigos. Decidió invitarnos a nosotros para que, según él, conociéramos a gente mayor e hiciéramos más amistades. Fuimos sobre las doce de la noche y la casa, aislada en el campo, estaba ya repleta de gente. Mis amigos y yo estuvimos la mayoría del tiempo en el exterior, dónde habían encendido una pequeña hoguera. Estuvimos hablando con mucha gente nueva y nos lo pasamos realmente bien. En un momento de la fiesta, hubo un pequeño altercado, porque un chico borracho intentaba convencer a una chica de que se fuera con él, pero esta lo rechazó y todo el mundo se comenzó a reír. El chico, cabreado, reventó un vaso contra el suelo y sus amigos fueron a tranquilizarlo, llevándoselo un poco más lejos. Después de un rato, me fijé en como uno de los amigos del chico iba a disculparse por el comportamiento de su amigo con la chica y le ofreció un vaso, que la chica no rechazó. Después de eso, nada raro sucedió. Hasta que tuve que ir al baño.

En el baño de abajo había una larga fila de personas esperando, que apenas avanzaba, pero mi amiga me había dicho que arriba había otro baño y que probablemente no habría tanta gente. Yo no sabía exactamente dónde se encontraba, así que fui abriendo puertas para averiguar dónde estaba, ya que arriba no parecía haber nadie. Abría varias puertas, pero eran habitaciones vacías; hasta que abrí una, que era una habitación, pero no estaba ni mucho menos vacía.  

Al entrar, no conseguí vislumbrar gran cosa, ya que tan sólo había una lámpara encendida, que iluminaba tenuemente la estancia. Mis ojos tardaron un momento en adaptarse a la oscuridad que había, pero cuando lo hicieron, desearía que no hubiera pasado. Me encontré a un chico encima de una chica, la cuál no parecía estar siendo consciente de la situación y yacía tumbada con la cara hacia un lado y los ojos desorbitados. Parecía ida. Otro de los chicos se tocaba mientras veía aquella macabra escena. Parecía que no me habían visto, hasta que en el último momento, uno de ellos me vio y se acercó a mí. Era el chico que le había ofrecido la bebida a aquella chica. Se dirigió hacia mí, con una sonrisa torcida en el rostro. "Puedes quedarte a mirar si quieres, pero cierra la puerta". Me quedé parado un segundo y luego dije: "Que va, tío, me voy ya, pero gracias. Disfrutad". 

¿En qué estaba pensando? Simplemente cerré la puerta y seguí buscando el baño hasta que lo encontré, y luego bajé sin más y seguí con la fiesta. En ese momento pensé que no era nada malo, que no pasaba nada. Esas cosas pasan, ¿no? Pero la chica no estaba consciente y, obviamente, no había dado su consentimiento, lo que lo convertía en un delito, uno grave y yo lo había presenciado sin hacer lo más mínimo. Sin apenas inmutarme y sin decirle nada a aquellos chicos que, probablemente, habían destrozado la vida de esa chica, que la habían drogado, violado y grabado y encima se atrevían a subir el vídeo para humillarla. La gente del instituto les aplaudía por ello y la chica, de mi instituto también, había decidido marcharse a casa, porque la estaban acosando, enseñándole el vídeo e insultándola por algo que no era su culpa.

Ella era la víctima de todo eso y yo estaba encubriendo a los que se lo habían hecho. Intenté no pensar en eso, pero el tema no dejó mi cabeza ni por un segundo, y apenas conseguí pegar ojo en toda la noche. Esperaba que el tema se quedara en nada y que la gente finalmente dejaría de ver y compartir el vídeo, más que nada porque acabarían aburriéndose y todo volvería a la normalidad. Incluso yo podría dejar de sentirme culpable. Pero no fue así.

Al día siguiente empezaron a correr rumores de que la chica había denunciado a los cuatro tipos que la habían forzado. Todos seguían hablando del mismo tema. Algunos apoyaban a la chica y creían que era lo correcto, otros, en cambio, creían que lo hacía para que la gente dejase de pensar que era una guarra por haber hecho aquello, ya que ahora estaba arrepentida. 

Los profesores, después de tanto revuelo, y debido a que los padres de la chica habían hablado con la directora para que parasen de meterse con su hija, nos dieron una charla sobre porqué debíamos tratar ese tema con delicadeza y porqué no debíamos compartir el vídeo ni comentarlo. En ningún momento mencionaron nada con respecto a la denuncia por violación.

Con el paso de los días, la gente dejó de comentarlo y yo me iba sintiendo cada vez un poco mejor, hasta que convocaron la fecha para el juicio. La policía habló con el hermano de mi amigo para preguntarle quienes habían asistido a la fiesta con el fin de poder encontrar a algún testigo. Fue entonces cuando empecé a ponerme nervioso. Apenas podía dormir por las noches, no era capaz de concentrarme para los exámenes y me encontraba vagando en mis pensamientos durante todo el día. Mi familia se dio cuenta de mi extraño comportamiento y me empezaron a interrogar un día durante la cena, para intentar averiguar qué me pasaba. Estaba tan asustado que decidí contarles todo lo que había visto para que me dieran consejo sobre qué hacer. Mi vista con la policía era en unos días y yo aún no sabía qué hacer ni qué decir al respecto. 

Mis padres, después del relato, se quedaron callados durante unos segundos, con unas expresiones un tanto horrorizadas. Mi padre comenzó a decir que no era mi culpa y que no debería meterme en esos asuntos, ya que no era mi problema. Simplemente me repetía que había estado en el momento equivocado, en el lugar equivocado. Decía que lo que habían esos chicos era bárbaro, pero que yo no debía declarar contra ellos porque si la chica perdía el juicio yo podría verme salpicado por sus problemas y no sería justo, ya que no tenía ninguna culpa.

Pero sí que la tenía. No podía evitar pensar que, en realidad, había estado en el momento exacto, en el lugar exacto para poder ayudar a esa chica. Podría haberles dicho algo, podría haberlos parado, podría haber llamado a cualquiera. Pero había sido un cobarde y no había hecho absolutamente nada. Y eso, a mis ojos, y probablemente a los de cualquiera que me viera, me hacía cómplice. Me convertía en escoria. 

Pero tal vez... Tal vez la vida me estaba dando una oportunidad para ser valiente. Para actuar correctamente de una vez. "Más vale tarde que nunca". Porque mis padres se conformaban con pensar lo que era bueno para mí, no lo bueno para la chica. Pero yo tenía que llegar a algo más, no podía conformarme con ser egoísta. Debía pensar qué era lo justo para todos. Tanto para la chica como para el grupo de chicos. 

Tenía la llave para hacer justicia en la mano y estaba en mi mano también decidir si usarla o tirarla. 

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